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Todo buen aficionado reconoce su importancia como cebo natural. Su primo de zumosol, el camarón o quisquillón, es igualmente efectivo y se traslada su uso a aparejos más pesados, y a anzuelos de más porte, aunque si es fresco, hágame caso, no lo ponga de carnada y cómaselo usted.
Las quisquillas serán bien aceptadas en casi todos los nichos ecológicos de la rompiente, pero el problema que presentan es que debido a su mínimo tamaño, serán demasiado bien aceptadas, luego picarán muchos peces de muy escasa talla, con los inconvenientes que esto nos puede deparar si pretendemos otras capturas de mayor envergadura.
La quisquilla debe ser encarnada viva y entera (la cabeza, con sus antenas y sus ojos que brillan, es muy efectiva), comenzando por la cola, para situar la punta del anzuelo lo más cerca de la cabeza. Para conseguir el mejor encarnado, es conveniente acomodar la forma y tamaño del anzuelo a la talla de la quisquilla, de manera que no sobresalga nada, pero que tampoco quede parte alguna de su cuerpo sin su correspondiente porción de acero.
Como con el resto de los crustáceos pescando a boya, el bajo de línea debe ser largo y se debe lanzar preferiblemente a donde el agua “engorda”, es decir, donde se ve enturbiada por la espuma o por cualquier otro factor.
Para hacernos con un puñado de quisquillas basta con rastrear las zonas intermareales con un redeño o quisquillero. Suelen ocultarse entre el verdín de las rocas y las algas del fondo. Si necesitamos mayor cantidad, procederemos a cebar el redeño con trozos de pescado.
Respecto a la conservación del cebo capturado, un anciano pescador me explicó que lo mejor era meterlo en una boina vieja llena de algas mojadas. Yo no le voy a contradecir, pero, como muchos -entre los que me incluyo- ya no gastamos boina, y éste no suele ser un artículo que pulule envejecido por los recovecos de nuestros armarios roperos, podremos sustituirlo por un saquito de gruesa tela o de bayeta, siempre lleno de algas frescas y húmedas.
Nunca utilizaremos recipientes con agua de mar para conservar nuestro cebo (es un error habitual que pronto produce la podredumbre del agua y la muerte y corrupción de los animalillos cautivos), sólo algas y arena mojada o, en algunas ocasiones y para especies -sobre todo anélidos- muy determinadas, serrín o virutas de madera húmeda.
Una vez el cebo así dispuesto, es decir, en un saquito lleno de algas mojadas, se guardará en un sitio fresco (a una temperatura de entre 7 ºC y 14 ºC) y si es posible, se le dará "de beber" -se sumerge el saquito en agua de mar durante unos minutos y luego se deja escurrir- diariamente y se inspeccionará para retirar los cadáveres (esto también es importante para evitar que mueran los demás).
Con esta técnica de conservación se podrá mantener el cebo en perfecto estado operativo durante varios días, tanto da que sean quisquillas, como cangrejillos, pulgas de mar o ermitaños.

 
 

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